“Era más disciplinado y activo que yo. Indudablemente, como se demostró más adelante con mi renuncia, su vocación de pintor era más fuerte y más apasionada que la mía. En los años de estudio, la Escuela de Bellas Artes era una especie de caos, donde profesores ineptos y sin autoridad -profesores mediocres- permitían a los alumnos hacer lo que quisieran, lo cual no dejaba de tener sus ventajas en cuanto a pintar sin nefastas orientaciones. Algunos aprovechamos la situación para ir aprobando los cursos sin hacer casi nada. No así Salvador Victoria, cuya voluntad y decisión le impulsaba a no perder el tiempo y pintar todo lo que podía, que era mucho.
(…) La pintura de Salvador al acabar en San Carlos, ya no era una pintura académica. Reflejaba las actitudes y los intentos, la búsqueda de soluciones plásticas propias, que empezaba a preocupar a algunos jóvenes, que se separaban cada vez más del sorollismo superficial que se estilaba en los ambientes valencianos de entonces y que, en realidad, no tenía nada que ver con la fuerza y la buena pintura de Sorolla.
(…) Nuestra estancia en Madrid a poco de acabar en la Escuela no fue muy fructífera (…) Madrid, aunque más viva y más cosmopolita que Valencia, todavía sufría el peso del aislamiento y el oscurantismo de la dictadura. No era fácil mantenerse y tampoco ofrecía una información útil de la pintura que se hacía en el mundo, de la que ya teníamos alguna noticia y ganas de conocer directamente. Por segunda vez emprendimos la huida, ahora hacia París”.
“Forzamos el ritmo y visitamos gran cantidad de galerías, museos y pintores en muy poco tiempo. Simultáneamente nos pusimos a pintar y dibujar, probar, ensayar buscar y también acertar y fallar. Se trataba de intentar un cambio sin evolución,por una decisión bastante radical, que inevitablemente iba a afectar a la propia formación artística, a la manera, los procedimientos, la concepción del cuadro, incluso la idea de la pintura y de la estética en general. Había que poner todo en cuestión; había que revisar, tantear, ensayar cualquier opción.”
“Salvador se dedicó en cuerpo y alma a la pintura, de la que no llegó a distraerle ni su gran afición a la música clásica, mucho más compatible con la pintura que la política. (…) No quiero decir que no se interesara por la situación política en España, ni que su antifranquismo fuera en absoluto dudoso, pero tenía claro que su tarea primordial era la pintura”.
Doro Balaguer habla de las relaciones parisinas con artistas españoles y nombra a Eusebio Sempere, al crítico Moreno Galván, a pintores valencianos como Montesa, Fillol Roig, Castellano, Brández, así como de Lucio Muñoz.